Las Emociones básicas como la alegría, la tristeza, el miedo y el enojo, están estrechamente relacionadas con las Funciones Psíquicas Superiores (Percepción, Atención, Memoria, Pensamiento). Los niños con síndrome Down, suelen manifestar menores dificultades en la expresión de las mismas, que la media de la población del mismo grupo etario en general, debido a una menor mediación racional consciente y/o limitaciones lingüísticas.
El córtex cerebral en ellos, en ocasiones tiene mayores dificultades para regular e inhibir las conductas, por lo que el control en la manifestación externa de sus emociones es menor. Con frecuencia se muestran espontáneos y directos al expresar sus afectos, por ejemplo, con exceso de contacto físico. Este es un aspecto en el que se ha de trabajar desde que son muy pequeños y a lo largo de su desarrollo evolutivo, entrenándoles en las habilidades sociales adecuadas para el normal desenvolvimiento social y proporcionándoles un control externo que con el tiempo se ha de convertir en autocontrol.
La creencia generalizada en la forma de ser “cariñosa” y “sociable” de las personas con síndrome de Down, hace pensar que su habilidad de control emocional o de interacción social es destacada. Sin embargo, sin una intervención sistemática, su nivel de interacción social espontánea es bajo, por lo que la adquisición de dichas habilidades y el autocontrol preciso para actuar adecuadamente en todo tipo de situaciones requiere de un entrenamiento específico.
En relación a lo anteriormente mencionado, surge la necesidad de definir la Inteligencia Emocional, como una habilidad de una persona para conocerse a sí misma, controlar sus estados emocionales, con la finalidad de poder tener una gestión eficaz de sus estados de ánimo para poder vivir con una mayor serenidad e integración de los diferentes desafíos que plantea la interrelación con su medio externo. Este autoconocimiento también es la base para potenciar las relaciones personales positivas.
La gestión emocional no es innata, sino que puede aprenderse a lo largo de la vida. Se trata de un aprendizaje que incluye habilidades tan importantes como comprender, controlar y modificar sentimientos y emociones propias, pero también, nos permite comprender mejor cómo se siente otra persona.
La atención temprana y el acompañamiento en el aprendizaje, de una correcta gestión de las emociones aporta calidad de vida, porque ello implica niños y más tarde adultos, capaces de regular los afectos, sin que estos repercutan de forma negativa en su salud mental y emocional.
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